Hace un año comencé esta newsletter. Justo un año. La empecé el día en que cumplí 39 como un experimento para demostrarme a mí mismo que era capaz de publicar cada semana. Me he saltado alguna, pero he tenido una constancia que tengo con muy pocas cosas.
Esta es la primera que escribo con 40.
Siempre me ha gustado llevarme conceptos muy grandes a algo más pequeño. Por ejemplo, llevarme la vida a un día. El amanecer es el nacimiento, la ruidosa media mañana sería la adolescencia, el mediodía la edad adulta, la puesta de sol la madurez y la noche la muerte.
Hoy pensaba en cómo sería la vida si fuera un año.
Enero sería el nacimiento, con frío y regalos. Con algunas dificultades, pero con la ilusión de los inicios. Febrero los primeros pasos, que suelen ser cortos. Marzo la infancia, en la que todavía hay que resguardarse del frío pero donde ya empiezan a vislumbrarse los primeros rayos de sol. Abril es la niñez, en la que todo florece y solo apetece jugar. Mayo es, sin duda, la juventud, en plena primavera…
Y llegamos al sexto mes. Suponiendo que tenga suerte y llegue a los 80 o 90 años, ahora estaría en la mitad de la vida. Sería algo así como aquellos primeros días de junio, en los que comienza a hacer calor y ya te atreves a salir a la calle en manga corta por primera vez. Un junio de esos en los que se intuye un verano inolvidable. Puede que haya alguna lluvia inesperada pero la mayoría de días son soleados y radiantes.
Así me siento. En una etapa feliz y serena, que con el paso del tiempo descubres que son sinónimos. La serenidad también es compatible con la euforia. Cuando llegas a junio, la serenidad tiene que ser compatible con todo.
La década de los 40 a los 50 es el verano de nuestra vida. Y quiero vivirlo como un verano de esos en los que no todo está planificado. En los que sabes dónde quieres ir pero dejas tiempo para improvisar por el camino. Porque para eso caminamos, para seguir sorprendiéndonos, para descubrir cosas nuevas.
Y luego llegará septiembre, con algunos recuerdos de un verano que todavía se estira en los primeros días, pero que sabes que ya no es lo mismo. Y después octubre, con sus aires de otoño y de recogimiento, dejando caer las primeras hojas que la madurez lanza al suelo sin complejos. En noviembre, con la vejez, el tiempo de las despedidas. Las montañas ya están cubiertas por la nieve y algunos días de ligero frío pueden sentirse como gélidos.
Y en diciembre todo termina.
Si ha ido bien, lo haces rodeado de las personas a las que más quieres y celebrando. La celebración de una vida vivida. De unos años disfrutados. Marcharse entre luces y amor. Y con la paz del que sabe que cuando todo termina, al día siguiente vuelve a empezar.
Dos de mis abuelos fallecieron en invierno.
Hoy al leer tu newsletter me he acordado de ellos. Mi abuelo murió en diciembre, el día de Sant Esteve. Yo tendría 12 años y no recuerdo todo muy bien. Pero fue un tiempo para poder estar con la familia sin las prisas del día a día.
Mi abuela Pilar, su mujer, murió en 2019, 2 días después de Reyes, a la edad de 101 años. Ya no quería seguir viviendo, estaba cansada. Pero nos regalo unas últimas Navidades con toda la familia y con todo su esplendor. Comió con nosotros el día de Navidad, estuve con ella la noche de Reyes y se fue en paz, y dejándonos en paz con todo lo que nos había regalado. Era una mujer que siempre estaba bien, que todo le iba bien, que no se quejaba por nada y que fluía feliz por la vida, a pesar de todo lo que había pasado. Se fue después de las fiestas, para no molestar a nadie, habiendo vivido su año en 101. Ojalá siempre fuera así
Gracias por inspirarme, MUCHAS FELICIDADES y siento el tostón!
Hay un libro que se titula “Un año de vida” de Stephen Levine. Se trata del morir consciente, de qué haríamos si nos quedase un año de vida y él cuenta su aprendizaje en su trabajo con enfermos terminales etc... y ya comienza fuerte ¿que harías si te quedase un año de vida?
Ahí lo dejo....