Leía el otro día a Elvira Lindo, en su libro A corazón abierto, que las relaciones familiares están condicionadas por el papel que desde el nacimiento te ha sido asignado. Es una de aquellas sensaciones que nunca había puesto en palabras y con la que estoy completamente de acuerdo.
Es como si el rol que cada uno cumple dentro de su familia materna se mantuviese inalterable pase lo que pase fuera del núcleo familiar. Desde pequeños nuestros padres nos asignan, según su visión del mundo, una serie de características que, a fuerza de repetición, nos acabamos creyendo y nos acompañarán para siempre. Aunque llegue un momento en el que aquello no tenga nada que ver contigo. Incluso, aunque nunca haya formado parte de ti.
En mi casa yo siempre he tenido asignado el papel de rebelde. No han sido pocas las veces que me he preguntado porqué solo dentro de mi familia se utilizaba ese adjetivo para definirme, cuando además yo mismo sentía todo lo contrario. Y aun así, mientras veía a mi alrededor borracheras, drogas y otras liadas típicas de la adolescencia, yo, que no me he drogado nunca y soy casi abstemio, seguía considerándome un rebelde sin causa a la altura de los peores días de James Dean. Con los años entendí que toda esa rebeldía existía siempre y cuando se comparase con el conformismo y pasotismo de mi hermano mayor, al que mis padres, otra vez con sus creencias, lo llamaban responsabilidad.
Eso hace que crezcas dando por hechas cosas de ti que ni tu mismo te crees, pero acabas integrando como ciertas, creando una distancia infinita entre tu vida con las personas que vas conociendo y la que vives con los que dicen que te conocen mejor que nadie. En ocasiones me he visto, incluso, intentando convencer a personas nuevas que entraban en mi vida de que había que tener cuidado conmigo porque, aunque no lo pareciese, yo era muy rebelde. La gente que se queda a tu lado va cambiando esos adjetivos y de rebelde pasas a inconformista, que ya tiene otro matiz. Y todo va cobrando más sentido.
De eso debe ir aquello tan manido de conocerse a uno mismo. De desconocer lo que te han dicho que eras y reconocer quién eres de verdad. De entender que quien te define se define, porque todos somos algo dependiendo de quién nos mira. Tranquilo no es lo mismo que aburrido, inquieto no es lo mismo que disperso, curioso no es lo mismo que pesado, confiado no es lo mismo que inocente… y así con un sinfín de adjetivos que acabarán conformando el que creeremos que es nuestro carácter.
Hola Enric. Gracias, mil gracias.
Te leo siempre, y siempre me encanta, pero nunca me he atrevido a dejar un comentario.
Siempre he sido la tímida, la reservada, la seria, la callada y como tú, me he visto intentando convencer a nuevas personas que yo soy eso.
Hoy me has abierto los ojos, soy mucho más que eso, gracias ❤️
Soy la hija mayor de dos. La salvadora de mi madre. La madre de mi madre desde los 11 años. La que nunca llora. La dura. La imbatible. Y para nada es así. Soy la que más ha sufrido y en 2020 tuve la osadía de decirle a mi madre que basta ya, que iba a ser madre y me tocaba ser madre de mi hijo. Complejo el sistema de roles. Aterrador cómo puedes moldear el cerebro de un niño y hacerle creer que es lo que no es realmente.