Estos últimos días no están siendo los mejores. Nada importante, solo la vida siendo la vida. A veces la cosa está genial y otras no tanto. Supongo que la navidad no ayuda. Tanto forzarse a sentir paz y amor acaba por traer guerra interna.
Mi receta para los días malos es relativizarlo todo, charlar con amigos, dejar el móvil, escuchar podcast, leer mucho, escribir más y, sobre todo, ponerme música a todas horas. La escucho con los airpods hasta en casa porque me gusta que suene a todo volumen. Perderse en las letras que sangran las historias de otros ayuda a superar las propias.
Pero me he dado cuenta de que las canciones que llegan en los malos momentos quedan marcadas para siempre con una fina capa de la pena con la que las escuchas. Es como si un trocito de tu emoción se imprimiera para siempre entre aquellos acordes.
Y eso me ha hecho pensar que hay canciones que tenemos la obligación de proteger. Protegerlas para no convertirlas en un lugar al que no podamos volver. Son nuestras canciones y no merecen quedar relegadas a refugio donde esconder nuestras malas épocas. Son mucho más que eso. Así que hay canciones que he vetado porque no se las quiero regalar a la tristeza. Ya volverán. Pero lo harán por la puerta grande, cuando escucharlas vuelva a ser un placer.
Hay canciones que tienen nombre de persona, que tienen fecha pero de caducidad. Lo maravilloso es volver a escucharlas de nuevo, cuando ha pasado un tiempo… ver que te transportan a esa época y sonreír escuchándolas, porque eres capaz de comprobar tu evolución. Puede doler, pero con una intensidad muy superficial que dura segundos y una paz que te recuerda dónde estuviste y dónde has logrado llegar.
Estos días escucho en bucle Europa, de Ultraligera / Shinova, una canción de una profundidad máxima que en Navidad resulta mas desgarradora aún, no sé si es masoquismo musical, o simplemente me dejo llevar sintiendo al escucharla que no hay ningún lugar que sea refugio cuando la ausencia lo envuelve todo, así, en modo nostalgia ❤️