Esta mañana he visto un post en Instagram en el que la filósofa Marina Garcés comenzaba con el titular: Vivimos en la sociedad del “no te prometo nada”. El discurso me ha parecido impecable:
No sabemos prometer. Vivimos en la sociedad del “no te prometo nada”. Vamos a la administración: no te prometo nada, vamos a alquilar un piso: no te prometo nada, nos enamoramos: no nos prometemos nada… y así vivimos. Aun así tenemos mucho proyectos, miramos hacia el futuro y nos asustamos mucho de lo que va a venir. Pero quizá una manera de darle forma al futuro es atrevernos a prometer aquello que valoramos y tener un compromiso con aquellas personas con las que realmente queremos convivir. Prometer es establecer compromisos, no contratos. Es declarar intenciones que recordaremos, no palabras vacías que olvidaremos. Y es establecer vínculos y no negociaciones.
Hace días que vengo dándole vueltas a eso. Hemos establecido como base que no nos comprometemos a nada y así no tenemos que hacer ningún esfuerzo. Y para cualquier cosa que pase en el futuro, ya tenemos la respuesta preparada: Yo ya te dije que no te prometía nada. ¡Y a otra cosa!
Será que me estoy haciendo mayor, pero cada vez me parece más vacío y más cobarde lo de no comprometerse con las cosas y mucho más con las personas. Lo hemos apostado todo a la libertad y nos hemos olvidado del resto. De la palabra, del compromiso, de la lucha porque las cosas funcionen, de la resiliencia, del esfuerzo, del ser equipo, de la confianza, de la empatía…
Y pienso que es cobardía porque somos la misma sociedad que después admira a las personas comprometidas. A los Vicente Ferrer comprometido con una causa, a los Steve Jobs comprometido con su trabajo y su propósito, o incluso a la típica parejita de ancianos que llevan toda la vida juntos y todavía pasean de la mano. Nos gusta verlo en otros, pero no tenemos el coraje de comprometernos nosotros.
Pero con el tiempo te das cuenta de que, inevitablemente, las únicas cosas que salen bien en la vida son aquellas con las que te comprometes. Aquellas por las que apuestas sin excusas y sin mirar al lado para ver qué estás perdiendo en lugar de darte cuenta de cuánto estás ganando. Os lo prometo.
De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que nos cuesta incluso comprometernos con alguien para algo tan simple como tomar un café. «En principio sí», escucho cada vez más a menudo. ¿Por qué nos cuesta tanto decir un «sí» rotundo si es algo que nos apetece y un «no» cuando sabemos desde ya que ese plan o con esa persona no nos apetece? ¿No es más fácil eso que marear la perdiz y dejar al otro en ascuas hasta el último minuto?
No somos conscientes de que con los primeros que nos cuesta comprometernos es con nosotros mismos. Una vez haces consciente eso, ya no hay miedo ni pereza, porque sabes que darás lo mejor de ti, tal y como te lo das a ti.
Vivimos en una época que tiende, cada vez más, al individualismo, pero no a un individualismo sano en el que sea más común mirar hacia adentro para poder dar lo mejor a los de afuera, no. Es un individualismo que tiende a exigir pero sin ofrecer nada, a no dar pero sí a recibir, a no pensar, a que se lo den todo hecho o se lo haga la inteligencia artificial....
No somos conscientes de que no podemos ofrecer a los demás lo que no tenemos para nosotros mismos: si no tengo agua, no te la puedo dar a ti. Si no tengo amor para mí, no te podré dar verdadero amor a ti, y así, con todo.
Un show de sociedad 🤷