La carta de hoy se la dedico a Álvaro, mi profe de inglés.
Los seres humanos somos una especie única. Nos juntamos con cualquier excusa, pero siempre acabamos generando vínculos. Es inevitable. Lo de conocer a una persona es de los procesos más curiosos que existen. Un día somos completos extraños y, a través de contarnos cosas, creamos algo llamado confianza, que es una sensación difícil de describir, en la que simplemente sientes que a la otra persona le importas. Y eso nos hace sentir bien.
Lo de que el roce hace el cariño es una verdad como un templo. Y es bonito cuando los “¿cómo estás?” iniciales de, por ejemplo, una clase de inglés, son cada vez más largos. Dejas de ver al profesor y comienzas a descubrir a la persona. Un día te cuenta una anécdota de su infancia, otro día le explicas algo que te preocupa y, cuando te quieres dar cuenta, no importa la lengua que utilices porque ya habláis el mismo idioma.
Hace unos días la madre de Álvaro murió. Como es un tío old school e intuyo no demasiado proclive a hablar de sentimientos, pasamos bastante por encima del tema.
—¿Qué tal estás?
—Bien, bien. El funeral fue muy bonito. Nada de cosas tristes, sino más bien un homenaje. La recordamos y nos reímos mucho.
Pero el otro día, al terminar la clase, de repente tuvo ganas de abrir un poquito más la puerta y compartió conmigo algo que me inspiró esta newsletter.
Me contó que no siente que esté en un duelo, sino en un proceso de despedida. Pensé en la importancia de despedirse bien. Saber poner el punto y seguido para poder continuar. Decía Álvaro, que la despedida va por fases y que ahora, vaciando el armario de su madre, estaba descubriendo su ropa.
—He encontrado su traje de boda y un vestido de chica ye-ye de cuando era joven —me decía con los ojos vidriosos.
Yo lo escuchaba con una sonrisa en los labios. Me pareció tierno cómo, a través de esos vestidos, imaginó la vida de su madre que él no conoció, cuando solo era una chica que vestía a la moda en los años 50. Me contó que lo estaban repartiendo todo con sus hermanos y que le encantaba ver a su mujer lucir una americana que se había quedado.
Dicen que nadie muere del todo mientras haya alguien vivo que lo recuerde. Y seguramente, recordar, es la forma más bonita que nos hemos inventado de no tener que decir adiós a alguien de quien jamás te quisiste despedir.
Cuando murió mi madre(demasiado joven, por cierto), entré en una especie de locura transitoria y cruzaba cada día a su casa para abrir su armario y oler su ropa. Me daba pánico pensar que con los días ese olor tan suyo desaparecería y que con el tiempo olvidaría a qué olía la persona que más quería.
Hoy sigo recordando su fragancia. Se ha quedado grabada en la parte de mi cerebro que se encarga de los recuerdos.
Hay cosas que ni se huelen, ni se ven. Simplemente se sienten.
Preciosa carta Enric, bonito homenaje a las madres que ya no están pero siguen estando🙏💜
Al tiempo de morir mi padre, encontramos sus gemelos. Tenía varios juegos.
Hubo un par, que recuerdo (o creo recordar) vérselos puestos cuando yo era pequeña. Ahora son unos anillos preciosos que tenemos una de mis hermanas y yo.
Me encanta llevar ese anillo. Murió hace casi 20 años. Y los días que me pesa más su ausencia me lo pongo y lo luzco con mucho amor.