La libertad es incómoda.
Bueno, no es la libertad lo que nos incomoda exactamente, sino lo poco acostumbrados que estamos a ella. La libertad debería ser el estado natural del ser humano, pero desde que nacemos nos van poniendo condicionantes, normas, límites, creencias… hasta que perdemos nuestra capacidad de ser libres. Por eso nos gusta tanto la fantasía de los niños. Por eso nos enternece verlos por la calle disfrazados de Spiderman o de princesa un miércoles cualquiera. Son libres. Hacen lo que les apetece cuando les apetece. Piden lo que quieren sin pensar en las consecuencias y solo quieren jugar.
Luego, en la edad adulta, la palabra “infantil” sirve, en cambio, para ridiculizar o acusar de falta de responsabilidad y compromiso. Es decir, que todos queremos ser libres pero nos da terror ver a alguien que realmente lo es.
Conozco a personas bastante libres y casi todas acaban siendo un poco inadaptadas sociales. Porque en el fondo la libertad es lo contrario a la organización y nos han enseñado que las cosas tienen que estar: planificadas, organizadas y ordenadas. Nos han dicho que vivir en sociedad es eso. Y nos lo hemos creído. Pero todo cambia cuando te preguntas: ¿organizado y ordenado por quién? Porque ahí está la clave.
Vivimos alejados de lo que realmente queremos y anhelamos constantemente el día en el que tengamos más libertad, pero el día que llega no sabemos ni qué hacer con ella porque estamos desentrenados. Aunque no nos guste admitirlo nos manejamos mejor no siendo libres. Esperando que otros nos digan qué tenemos que hacer y cómo. Y además, eso nos hace sentirnos integrados y seguros.
Lo de la libertad se ve mucho en las relaciones (de cualquier tipo). El otro día en la cola del súper escuchaba a una chica hablando con su madre, aceptando una invitación para ir a comer a su casa. Cuando colgó le dijo a su pareja las pocas ganas que tenía en realidad de ir. O cuántas veces acabamos aceptando cenas o salidas con amigos por compromiso. Y no hablemos ya de la libertad en pareja, donde todo acaban siendo pactos y negociaciones con el único fin de que cada uno pueda seguir conservando su pequeña parcela de libertad.
Creo que lo hemos construido mal. Que nuestra libertad debería ser lo único innegociable, pero sin que eso tenga que implicar estar solo o ser un inadaptado. Porque sino lo convertimos en un chantaje social en el que, o renuncias a tu libertad, o morirás solo. Seguro que debe haber otra forma.
Ese ejemplo de comida que pones es justo un ejemplo que habla de un esfuerzo por hacer felices a otros, de anteponer los deseos propios a los de otros. Eso es algo bueno que genera vínculos y que desgraciadamente se está perdiendo. A mi me cuesta ir a comidas familiares, pero hago felices a muchas personas yendo, y en ocasiones esas personas me hacen feliz a mi. Lo que describes es puro egoísmo, disfrazado de libertad. Una cosa es elegir tu vida en libertad y otra ser tan libre que acabas siendo un egoísta. La vida en pareja pasa por muchas negociaciones porque eso es lo que conlleva vivir en pareja y decir que eso es falta de libertad es abogar por la soltería. Si además añades tener hijos, es ya un abuso para una de las partes que uno viva en completa libertad porque la vida en pareja y con hijos es un sacrificio por un bien mayor, que es crear algo juntos, crear una familia. Te puedes vestir de Batman el lunes si eso te hace libre y no diré que sea infantil, pero este post me ha resultado de lo más infantil y egoísta. Esto lo dice una madre y esposa de dos hijos que sacrifica su libertad a menudo.
Yo soy más libre cuando no “tengo que” sino que “voy a”.
Cambiar el tengo que ir a cenar por voy a disfrutar de una gran velada.
¿Cómo hacerlo?
Disfrutando del aquí y ahora, a veces diciendo “no”, cuidándonos y poniendo límites con respeto al otro.
Eso hago yo, y es solo el principio.