Tengo la suerte de entrevistar a muchas personas para mi podcast “Vidas Contadas”. Y hablar con tanta gente interesante me permite reflexionar sobre algunas cosas. Hace días que le doy vueltas a esta moda de intentar ser tan sanos que se instaló hace unos años y que juraría que ha venido a sustituir algo, me temo, insustituible.
Me explico. Hoy en día no es raro escuchar a la gente hablar de las horas que hacen de ayuno intermitente, de los gramos de proteínas que consumen al día, de la grasa saludable que lleva el aguacate o de lo terroríficos que son los carbohidratos. Además, hay que tener un reloj inteligente que cuente los kilómetros que has andado en las últimas 24 horas.
Pero tengo la extraña sensación de que, en el momento que más nos cuidamos de la historia, todos estamos al filo de no estar bien emocionalmente. Es como si tuviéramos que concentrar todo nuestro esfuerzo en cuidarnos porque si no, a la mínima, caemos. Y es que creo que ese cuidado extremo que hemos dado por normal, disfrazándolo de consciencia, no es más que un refugio en el que sentimos tener algo de control.
Cuando yo era pequeño, no recuerdo a mis padres haciéndose zumos detox, ni comprando semillas de chía. Y por supuesto ninguno de los dos salió a correr ni un solo día y mucho menos pisaron un gimnasio. Más bien se hacían lentejas con chorizo y en la mesa nunca faltaba el pan y el vino. En cambio sí que recuerdo que todos los sábados se juntaban con sus amigos en casa y estaban hasta las tantas de la madrugada hablando, riendo, jugando a juegos de mesa y contando chistes.
La vida social, que casi hemos erradicado de nuestra rutina diaria, es lo que los mantenía felices. A parte de mi nada desdeñable observación paterna, también lo dijo un estudio de Harvard hace unas semanas, que concluyó que el verdadero secreto de la longevidad es: la interacción social de calidad. O sea, básicamente aquello de juntarse que hacían nuestros padres mientras se bebían una botella entera de cava o un whisky.
Sé que en los tiempos que vivimos esto es bastante impopular porque estamos todos en la carrera de cuidarnos como si fuéramos deportistas de élite y aprender a estar solos. Pero, a mí, que me den una buena comida de risas con amigos y que esto dure lo que tenga que durar. Que al menos, habrá valido la pena.
Las personas están tan preocupadas por cuidarse y mostrar que se cuidan, que se olvidan de vivir
Amigos y charlas. Base de felicidad. Contacto, escucha, mirada sin pantalla, de iris a iris!