El otro día, en una cena, alguien recomendó la serie “Yo, adicto”. El comentario quedó en el aire y no le di mucha importancia porque, por suerte, nunca he tenido problemas graves de adicción y creí que no conectaría conmigo. Pero por alguna razón, cuando llegué a casa le quise dar una oportunidad. Sin mucha fe en acabarlo, puse el primer capítulo y cuando iba por el cuarto me di cuenta de que llevaba cuatro horas sin moverme del sofá con toda mi atención puesta en la pantalla.
La serie explica los problemas con las drogas que tuvo Javier Giner, que es el guionista y director de la serie. En el primer capítulo podemos ver el momento en el que perdió el control con la cocaína y el alcohol, y después vamos acompañando al personaje en su recuperación en un centro de desintoxicación. Pero en este proceso la serie enseña mucho más que lo obvio. Hay una pregunta que se plantea al comienzo de la serie y me pareció clave: ¿cuál es el principio de una historia? ¿Cuál es el inicio de la suya, la primera raya o una infancia complicada? ¿Por dónde empezamos a contarlo? Me hizo pensar durante un buen rato por dónde empezaría la historia de mi vida. Solemos empezar por el primer trabajo o por qué carrera estudiamos, pero ese nunca es el inicio, esa es la consecuencia. Y la causa es la pregunta que sobrevuela la serie todo el rato.
Esa pregunta es: ¿cómo nos enseñaron a querer? Porque ahí está el origen de todo. ¿Qué nos enseñaron que era el amor? ¿Complacencia, perfección, silencio, expectativas cumplidas? Porque eso va a marcar todas nuestras relaciones futuras. Nuestra forma de vincularnos es la respuesta a esa pregunta. Y por más que intentemos evitarlo, repetiremos esos patrones una y otra vez, buscando esa forma de amor que, en el origen, nos dijeron que era la buena. Nuestro carácter, nuestra manera de estar en el mundo y de relacionarnos con los demás, las cosas que nos ofenden y las que nos halagan, son el resultado de qué nos creímos acerca del amor. Pero ojo, que esto no tiene culpables. Porque nuestros padres también fueron educados por otros padres que les enseñaron igual o peor. Probablemente hicieron lo que creían que tenían que hacer. O lo que les dolía menos. Pero aquí estamos nosotros, consecuencia de generaciones de analfabetismo emocional, sin entender muy bien qué nos pasa si lo tuvimos todo, o eso es lo que nos dijeron.
Habría que redefinir qué es todo y qué es lo imprescindible. Porque puede que hayamos tenido un montón de cosas innecesarias con las que nuestros padres pensaron que llenarían su vacío, pero nos haya faltado exactamente lo mismo que a ellos: una educación emocional sana. Y otra cosa importante que he sacado de la serie es que todos somos adictos a algo, pero algunas cosas las hemos aceptado socialmente y otras no. Estamos rodeados de adictos al trabajo, a la atención, al dinero, a la comida basura, al tabaco, al sexo, al poder, al bótox, a las apuestas, al deporte, a las redes sociales. Somos una sociedad adicta, formada por millones de personas buscando constantemente una salida de nosotros mismos. Y tengo la sospecha de que la única forma de salir es entrar.
Mañana mandaré en Off the record una entrevista a Lluc Oliveras, escritor, guionista y director, que acaba de publicar el libro “El faro de Las Ramblas”. Una conversación muy nostálgica en la que hemos hablado de cómo eran las ciudades y la sociedad a principios del siglo XX. Aquí tienes un resumen:
Y además, sortearemos su libro firmado entre todos los suscriptores de Off the record.
Como madre es algo de lo que me he hecho consciente no hace mucho y me da pena pensar que mi hija ha aprendido lo que es querer por lo que ha visto en casa de pequeña, y no lo era. Ojalá lo aprendamos las dos porque, como bien dices, yo creo que tampoco el modelo que tuve fue el adecuado. Ser conscientes es el primer paso.
Siempre la solución es entrar, autoconocerse, autocuidarse... Así y solo así seremos quiénes deseamos ser porque la opinión de los demás siempre estará de más. Se tú, auténtico, sin mascaras. No es fácil pero es maravilloso ✨