Quedamos a las nueve y media en la puerta de su casa. De camino me preguntó cien veces a dónde íbamos. Yo había escogido el restaurante pero no quería decirle cuál. No había elegido uno cualquiera, quería llevarla a mi restaurante favorito, pero no favorito de postureo. No quería ir al típico sitio bonito con bombillas y luz cálida. Ese era mi restaurante favorito de verdad. Y era un sitio cutre. Una pizzería a la que le tenía mucho cariño porque iba desde pequeño y me hacía sentir como en casa. Llevarla allí era enseñarle un trozo de mis recuerdos y hacerla partícipe de ellos.
Cuando llegamos estábamos solos y nos reímos viendo los cuadros que no cambiaban desde los años 90. El dueño del local, un señor muy castigado por la vida y por los años que llevaba haciendo exactamente lo mismo, con más ganas de fumar que de hacer pizzas, nos atendió antipático como siempre.
Los mismos manteles, las mismas aceiteras, la misma pared desconchada, los mismos postres y los mismos recuerdos cada vez que iba. Los compartí con ella. Le expliqué las diferentes épocas en las que había ido y todo lo que había pasado allí. Incluso el hilo musical era el mismo. Sonaron grandes éxitos de la década de los 80 y 90 que estuvimos jugando a adivinar.
Cuando salimos del local me dijo, quizá por contentarme, que volvería con una amiga esa misma semana porque, a pesar de lo cutre que parecía desde fuera, la comida le había gustado bastante.
Pasaron cuatro días desde aquel sábado por la noche. Era miércoles y yo salía de una reunión. Tenía varias llamadas perdidas de Bianca y volvió a sonar el teléfono que por fin pude coger.
- Cariño, ¿cuál era la dirección exacta del restaurante donde fuimos el otro día?
- Gran Vía… creo que 279…
- No puede ser. Es justo donde estoy, pero…
- ¿Qué pasa?
- Que no está.
- ¿Cómo que no está?
- Cariño, el restaurante no existe.
- ¿Me estás tomando el pelo? ¿Cómo no va a existir? Estuvimos el otro día.
- Pues te juro que no está.
- Amor, estará cerrado y no lo verás.
- Te digo que no está. Que no existe. Es una inmobiliaria.
- ¿Una inmobiliaria? ¿Te has vuelto loca? Mira, lo busco para que veas que te estás equivocando y a saber dónde estás…
Puse en google el nombre del restaurante y el primer resultado me heló la sangre:
“Pizzería de Barcelona echa el cierre después de 20 años”. La noticia era del 2009.
No lo podía creer. ¿Cómo era posible? Le dije a Bianca que no se moviera, que iba para allí. Estaba lejos, pero cogí la moto y sorteé coches a toda velocidad. Cuando unas calles antes vi a Bianca, aparqué y le enseñé la noticia en el móvil. Nos miramos absolutamente sorprendidos y sin decirnos nada comenzamos a andar hacia la dirección del restaurante. Todavía recuerdo el escalofrío que me recorrió el cuerpo entero cuando al girar la esquina allí estaba. El mismo ventanal, el mismo cartel descolorido, las mismas escaleras…
Sin pensarlo ni un momento abrí la puerta y entré. Esta vez el local también estaba vacío.
- Bienvenidos de nuevo. —Dijo el dueño con mueca seria.
Y en ese momento lo comprendí. Todo aquello existía en mi imaginación. Aquel local cobraba vida solo cuando yo quería compartirlo, pero ya no era real. Nadie más podía ir porque no estaba allí, pero siempre estaría si yo quería revivirlo.
Nos sentamos y pedimos lo de siempre. En el hilo musical seguían sonando grandes éxitos de los 80 y los 90. Comimos pizza y nos reímos de los cuadros. Y, sobre todo, supimos que siempre podríamos volver.
Lo que escribes, sea ficción o no, es hermoso. Mientras leo me voy a algún lugar que no sé explicar. Gracias Enric.
Que bonito está! Me inspiraste. Los recuerdos son muros de contención en nuestra memoria.