Escribo esta newsletter desde el aeropuerto JFK de Nueva York mientras espero para embarcar en el avión que me llevará de vuelta a Barcelona. Suena Rosalía en los auriculares. “Ya yo necesito otro beso, uno de esos que tú me das…”. Los aeropuertos siempre me han despertado un extraño sentimiento de melancolía. Gente que viene y va, despedidas, besos, abrazos, maletas, controles de seguridad, sonrisas y lágrimas. “Y es que amo siempre que llegas y odio cuando te vas…”.
Tengo ganas de escribir sobre algo que hemos hablado este mediodía con mi amiga Judith mientras comíamos: la fascinación que tenemos ahora por las cosas que antes la gente hacía porque no tenía otro remedio. Hay una humorista que, en uno de sus monólogos, ironiza sobre porqué los hipsters se han apropiado de las cosas que antes hacían los pobres. Y es bastante cierto. Y gracioso.
El que no se podía afeitar se dejaba la barba larga, y sino se la afeitaba con una navaja. No por molar en una peluquería moderna con sillones cómodos de piel, sino porque era a lo que podía acceder. El que no podía comprar ropa nueva tenía que usarla de segunda mano, quien no se podía comprar un perro lo adoptaba, comer carne era un lujo, las cafeteras eran de café molido y a lo de vivir toda la familia junta no lo llaman co-living. Tampoco se llamaba co-working a tener que compartir espacio de trabajo por no poder permitirse una oficina propia. Ahora todo lo que empieza por co- pasa de ser triste a ser moderno.
¿En qué momento nos hemos creído esta película? ¿Y por qué sentimos esa fascinación por lo de antes? A lo que, por cierto, también le hemos puesto nombre. Lo llamamos vintage. Decíamos con Judith que quizá es la nostalgia a cómo se vivía antes. Todas las generaciones sienten que tiempos pasados fueron mejores y la añoranza nos puede. Aunque sea para vivir peor de lo que nos toca. O quizá simplemente nos hemos auto-convencido de que vivir así es mejor para no ver que somos la generación con más derechos de la historia pero menos libre. Y puede que dignificar la pobreza sea la fórmula que hemos encontrado para sobrevivir con dignidad.
“No me dejes sola pa dónde vas… a dónde vas…”.
Hay que embarcar. A ver si duermo un rato en el avión. Adiós Nueva York.
Yo no lo veo tanto como fascinación por las cosas de los pobres en los tiempos de antes sino como cambio de aspiraciones en la vida o paradigma. Antes las personas pobres no estaban conformes con lo que tenían y aspiraban a más, a tener las comodidades a las que sólo podía acceder una pequeña parte de la población.
Ahora muchas personas acceden a esas comodidades y ya no es una aspiración en la vida, hay otras: ser más sostenible, vivir con menos para reducir el cambio climático. No es (sólo) nostalgia bajo mi punto de vista. Es un cambio de forma de pensar y de objetivo de vida en el ser humano.
Gracias por la reflexión Enric. Y buen viaje.
Yo creo que se compra se segunda mano por ser más sostenible y porque queremos bajarnos del carro del consumo excesivo de la moda rápida; se adopta un perro en vez de comprarlo porque es más ético y comprar animales es convertirlos en un negocio en el que los explotan; igual pasa con comer menos carne, no es es por moda, sino por no apoyar un negocio sucio y poco ético. Que le pongan nombres en inglés a lo de siempre es otra historia. Pero no todo se hacer por ser más moderno o por nostalgia, simplemente, como dice Laia, porque vamos redefiniendo nuestra escala de valores.