El otro día, viendo una charla de la escritora Laura Ferrero, autora de Los astronautas, en la que hablaba de un personaje del libro Las despedidas de Jacobo Bergareche, decía que a veces no es volver al pasado lo que queremos, sino ser quien éramos en ese tiempo. Y cuando eso nos coincide con un amor, creemos que es aquella persona la que nos haría volver a ser quien fuimos. La charla se llama: Un pasado idealizado.
También hay una escena preciosa de la película Un monstruo viene a verme, en la que el niño protagonista, que tiene a su madre enferma, mantiene esta conversación con el monstruo, que es en realidad su propia sombra, la parte oscura de él mismo a la que no quiere escuchar:
Niño: ¡Despierta! ¡Te necesito ahora!
Monstruo: Si sigues así vas a hacerte daño.
Niño: No funcionó, dijiste que la curarías. ¡Cúrala!
Monstruo: No, tú fuiste el que me llamaste.
Niño: Si te llamé fue para salvarla, para curarla.
Monstruo: Yo no vine a curarla a ella.
Niño: ¡Sí viniste!
Monstruo: No. ¡Yo vine a curarte a ti.
Y es que siempre es así. Siempre es a nosotros mismos a quien tenemos que salvar. Nunca a los demás. Salvarnos por un duelo, salvarnos por una pérdida o salvarnos por un amor que no pudo ser. Salvarnos de cualquier cosa que nos hayamos traído del pasado y ahora nos pese demasiado. La solución siempre está dentro, aunque por no mirarnos, le echamos la culpa a las circunstancias o a los demás. Pero sanar es personal e intransferible. Algo que hay que hacer en silencio y sin prisa. Porque cada proceso dura lo que tiene que durar, ni más ni menos.
Y hablar con nuestro monstruo es tener que escuchar cosas que no nos gustará oír, pero que son necesarias. Decirnos la verdad, entendernos y comprendernos. Todo lo que no sea eso es lucha. Lucha interna e interminable que cada vez angustia más. Y a veces, rendirnos es la mayor prueba de amor que nos podemos hacer.
Lo difícil es parar, y después de parar, escucharte, porque ahí se caen velos, cuando asumes tu responsabilidad, ya no hay culpables, y eso, libera 🕊️
Preciosa reflexión. Savarnos nosotros y de nosotros para transitar las emociones en paz