Se acaba el verano y comienza septiembre, que es el mes en el que realmente todo empieza. Enero siempre me ha parecido un inicio un poco forzado, pero septiembre es un comienzo natural. El mundo vuelve a ponerse en marcha, como si en agosto pudiéramos desenchufarlo. En verano ponemos lecturas al día, nos damos permiso para descansar y bajamos revoluciones. Cogemos aviones y trenes. Relativizamos. Fantaseamos con qué pasaría si no volviéramos, si cambiásemos radicalmente de vida. Pero siempre acabamos volviendo.
Y este verano pensaba que podemos tirar a la basura entre seis y ocho horas al día haciendo scroll en Tik Tok o en Instagram viendo fotos y vídeos que no nos importan lo más mínimo, en cambio, nos parecería una pérdida de tiempo tremenda tener que pasar una hora al día, sentados, mirando una pared. Es el gran engaño del aburrimiento. El cerebro nos dice que si nos sentamos a mirar una pared no estamos siendo productivos, pero lo que pasa en realidad es que no estamos entretenidos. Como en todo lo que hacemos, es cuestión de perspectiva.
La perspectiva de las cosas es la que define la calidad de nuestros pensamientos, que son los que acaban decidiendo la calidad de nuestra vida. Hay algo que a mí me ayuda mucho a verlo, y es cuando en lugares en los que he tenido una mala experiencia, o por los que simplemente he paseado en un mal momento, se quedan manchados de esa energía y cada vez que paso por allí me recuerdan esa época. Pero, si cuando estoy bien vuelvo a pasar por esos lugares, siempre los miro y pienso: ¿quién me iba a decir que en unos meses estaría aquí y sería tan feliz?
No sé, quizá es una tontería, pero a mi me funciona para poner perspectiva a las cosas. Nada dura para siempre. Ni lo bueno, ni lo malo. Todo son, simplemente, etapas. Y creo que aceptar eso aporta mucha paz mental. Todo son etapas y está bien aceptarlas tal como vienen.
Puede que, cuando nos hacemos adultos, el verano pierda un poco el sentido. Porque seguimos esperando aquella sensación de pausa que te apartaba del mundo real durante un par de meses, pero ya no llega. Y solo nos queda romantizar cada cosa que hacemos: la playa, los helados, las bicis, los paseos, el mar, la calma… que no es más que una búsqueda incansable de volver a vivirlo. Pero no se puede. Porque quizá el verano al que queremos regresar, no es un tiempo que pasó, sino un lugar que ya dejamos atrás. Cuestión de perspectiva.
Esos veranos los dejamos atrás y nunca nunca volverán. Y qué bonito poderlos recordar así... A mi me ayuda pensar que de adultos tenemos muchas más herramientas a nuestro alcance, somos más maduros y disponemos de más recursos. Y no puedo evitar soñar con que vendrán veranos llenos de nuevas emociones y sensaciones que nos harán sentir que ese verano tan deseado sí ha llegado, y elevado al cuadrado. Cuestión de perspectiva 😉
Cuando tenemos hijos buscamos para ellos esos momentos, esos veranos que recordamos con tanto cariño.
Creo que esos veranos ya no vuelven pero sí podemos construir otro tipo de verano siendo adultos. Veranos que tampoco volverán y que recordaremos con nostalgia más adelante.