El otro día me contaba un amigo que cuando se divorció fue porque una noche se dio cuenta de que ya no sentía nada al tocar a su mujer. La piel nunca engaña. Aquellas piernas que le habían parecido tan suaves en los inicios, se habían tornado ásperas sin saber muy bien por qué. Le sorprendía que algo que le había gustado tanto ya no le despertara el más mínimo interés. Y entonces supo que era el momento de poner punto y final a la relación, que siempre me ha parecido que esta palabra significa hacer un lazo una y otra vez (re-lación) y a veces los lazos se convierten en nudos imposibles de deshacer.
Supongo que nada tenían que ver las piernas de ella y, simplemente, ni mi amigo ni su mujer eran los mismos que cuando se conocieron. Decía el psicólogo Xavi Guix, en Vidas Contadas, que el problema es que no somos, sino que estamos siendo continuamente. Creemos que siempre seremos los mismos a lo largo de nuestra vida, como si habitar el mismo cuerpo significara ser la misma persona. No es así. Cambiamos cada día, de ahí nuestras contradicciones. Por eso cuando compartimos la vida con alguien, puede que un día, de repente, no conozcamos de nada a esa persona que lleva años a nuestro lado.
A mí me gusta que la vida me vaya cambiando. En el cine se llama arco de personaje. Como cuando en Breaking Bad conocimos a un tímido profesor de universidad que acaba siendo un capo del narcotráfico. Es la evolución que todos estamos obligados a hacer, nos guste o no. Aunque nos dé miedo, porque todos los cambios asustan. Pero también es una aventura. Saber hasta dónde vamos a llegar, quiénes vamos a ser mañana, en qué situaciones nos pondrá la vida y en quién nos convertirá eso. Y seguir jugando.
Lo que el cine no explica es que los arcos de personaje suelen traer rupturas, como la de mi amigo. Rupturas de todo tipo: con antiguos amigos, con familia, con trabajos, con ciudades… y hasta con sueños. Porque los sueños son el destino de los deseos. Y los deseos también cambian, como todo. A veces hay que salirse por una carretera secundaria e improvisar el nuevo camino. Y puede que no esté asfaltada y que en un punto nos sintamos perdidos, pero no hay nada más emocionante que llegar al sitio donde de verdad quieres estar y pensar: ¡por fin llegué!
Interesante reflexión. Me has hecho recordar el poema de Juan Ramon Jimenez: No corras. Ve despacio.
Os animo a que lo busquéis y lo leáis. Es una perla.
Gràcies, Enric!
Gracias, Enric.
Totalmente de acuerdo. Creo que cuando somos pequeños asumimos la idea de que cuando seamos adultos habremos llegado al final del camino y seremos de una manera concreta. Lo sorprendente es que seguimos evolucionando.
Buscamos un lugar, sí, pero creo que se mueve a nuestro ritmo y cambia también con nosotros, obligándonos a no parar y a seguir buscando.
Feliz sábado.