La memoria.

El otro día escuchaba, en un podcast, al neurocientífico Mariano Sigman hablando sobre la memoria. Sobre qué y cómo recordamos. Es un proceso extraño lo de poder acceder a ese archivo mental y recuperar, en forma de escena, las cosas que nos pasaron. Si te lo paras a pensar es una locura. De hecho es un proceso que ni siquiera sabes cómo haces. Simplemente pasa.

Pero lo verdaderamente interesante es que cuando contamos ese recuerdo a otra persona y tenemos que convertirlo a lenguaje, comenzamos a añadir cosas que nunca pasaron pero hacen que la historia sea mejor. Porque en esencia somos contadores de historias y construimos la realidad a partir de cómo la explicamos a los demás.

La memoria es un almacén en el que guardamos nuestros recuerdos. Esos recuerdos son una película. Pero es nuestra película. Y como directores de esa peli, somos nosotros a posteriori los que creamos el ambiente perfecto para recordarlos. Pone Sigman, en su libro “El poder de las palabras”, el ejemplo del primer beso. Todos lo recordamos como una escena romántica, con una luz perfecta y prácticamente banda sonora, cuando en realidad teníamos los ojos cerrados. No vimos nada, pero recordamos esa fotografía como si lo hubiéramos visto desde fuera. Es la prueba innegable de que recordamos lo que queremos recordar y de la forma que más nos gusta.

Por eso nuestra historia real no es la que vivimos, sino la que conservamos en la memoria y, sobre todo, la que decidimos contarnos. Vivimos la vida que recordamos.