Abro las notas del móvil y leo una frase que apunté hace unos días: nunca estuvimos inmersos en el mundo ideal que recordamos. Siempre fueron fogonazos. No sé de dónde la he sacado y me da pena no acordarme. Un libro, un podcast, un cartel en la calle o quizá otra newsletter. No lo sé. Estamos en la era de engullir contenido como si fuera comida rápida.
Debajo de la frase he apuntado también algunas personas a las que me gustaría entrevistar en Vidas Contadas, libros que quiero comprar, una exposición que quiero ver y cosas que quiero hacer cuando vaya a Nueva York este otoño. Entre el contenido que consumo y el que produzco ya no sé de dónde llegan las cosas que me gustan.
Esta semana he entrevistado a un tipo que ha dado la vuelta al mundo caminando. Me cuenta que un día se puso a andar y pensó: ¿y si no vuelvo? ¿y si sigo andando? Lo hizo. Y la aventura duró tres años. Evidentemente le pasó de todo, es una historia fascinante. Y escuchándolo me doy cuenta de que yo también estoy viajando a través de sus palabras.
Cuando acaba la entrevista tengo la extraña sensación de haber vivido algunos de los momentos que me ha explicado con tanta pasión. Como si esos recuerdos ahora ya fuesen, también, un poco míos. Supongo que una buena conversación es como un viaje. O, al menos, una buena forma de evadirse. Y pienso que quizá sea verdad: nunca estuvimos inmersos en el mundo ideal que recordamos. Siempre fueron fogonazos.
Los recuerdos unidos proporcionalmente a nuestra forma de sentir, a nuestra manera de vibrar y a nuestro modo de latir ❤️
No suelo seguir e ingerir tanta información como se nos ofrece. Sin embargo, no dejo pasar sin leer tus escritos por su profundidad y su delicadeza al tratar los temas. Gracias por contar cosas