Me despierto a las siete de la mañana con los ruidos propios de una calle de pueblo. El canto del gallo y el cacareo de las gallinas se mezcla con el repicar solemne de las campanas de la iglesia, situada al final de la avenida, que suenan a lo lejos. Abro los ojos invitado por una tímida luz que comienza a colarse en la habitación a través de las cortinas. Hace días que el invierno reivindicó su lugar, pero aquí dentro no hace frío. Aunque fuera la temperatura es gélida, siento que el peso de las mantas me atempera el cuerpo y conserva el calor debajo de las sábanas.
No tengo que levantarme todavía. Hoy el plan es silencio y pausa. La vida lenta. Me apetece escribir. Salgo de la cama y me cubro con un batín grueso. Abro las cortinas y la luz invade cada rincón del cuarto. Los muebles son antiguos, robustos, macizos y de otra época. Aquella en la que las cosas se hacían para resistir el paso del tiempo. La mesa: sólida, firme, recia, no solo soporta el peso de mis brazos sobre ella, sino también el de mi desasosiego.
Hace tiempo que no tengo teléfono. Quien me quiere localizar solo puede mandarme un correo electrónico que reviso cada dos o tres días. Nada es tan importante y nunca nada es urgente, aunque nos empeñemos en cargar de prisa cada cosa que hacemos. Aquí los ritmos son otros. Se oyen pasos en la acera y escucho cómo se abren las persianas de la panadería, que madruga para inundar el aire del olor de las hogazas de pan que se han hecho a fuego lento durante toda la noche.
Voy a la cocina y me preparo un café siguiendo cada paso del ritual. Abro la cafetera, lleno el depósito de agua hasta la válvula, coloco el café en el embudo y la vuelvo a enroscar. El fuego calienta el metal hasta que el agua hierve y el café comienza a burbujear. Vuelvo a la habitación con la taza humeante en la mano, me recuesto en la silla y comienzo a escribir estas líneas. Y me invento este pueblo, esta vida y esta calma que ojalá fuera real.
Mañana, en Off the record, la entrevista a Juan Gómez Bárcena, autor del libro “Mapa de soledades”, en la que hablamos de los tipos de soledad que existen y de que, en el fondo, son todas la misma.
Podrías conseguir un pueblo así, de lo que no estoy tan segura es de que fueras el único visitante en este. Disfruta de esa calma, no importa si es ficticia. Está dentro de ti y eso es algo que no se te puede arrebatar.
Sencillamente hay que encontrar la calma en nuestra realidad. Este pueblo y está calma que aquí has inventado no anda lejos. Existe y es posible revivirla. Como se suele decir...la realidad siempre supera la ficción. 😉. Gracias por compartir y compartirte. 🙏🏼