Ayer, caminando con un amigo por la calle, se paró a saludar a una chica que nos cruzamos. Yo, mientras tanto, hice lo que hace todo el mundo cuando tiene tres minutos muertos. Sacar el móvil, abrir Instagram y mirar stories. Cuando volvimos a arrancar me contó que era una antigua novia con la que lo pasó fatal. Él no se dio cuenta, pero mientras me lo explicaba volvió a sus ojos el sufrimiento que lo había atravesado hace más de una década.
Es sorprendente lo que una persona puede despertar en otra cuando las cosas cierran mal. Hay gente que pasa por nuestra vida y nos deja algo clavado que, con el tiempo, acaba por no doler, pero sigue ahí. Y cuando vuelves a hablar con esa persona es como meter el dedo en una herida que sangra otra vez.
Leí el otro día en alguna red social un texto del que desconozco el autor:
Igual que asomarse a un abismo
Asusta, pero no puedes dejar de mirar.
Así era ella.
Y miré demasiado.
Hasta caer al vacío.
Hay algo bonito en las historias que no funcionan. La belleza de la tragedia. Y si no que se lo digan a Romeo y Julieta. A cierta edad la felicidad es serenidad, pero está bien poder recordar, desde las aguas en calma de hoy, aquellos huracanes que nos devastaron ayer. Y asumir que la vida también es que haya cosas que jamás se curarán. Puede que cicatricen, pero nunca habrá una relación sana con ello, porque olvidar es deshacernos de lo malo, pero también de todo lo bueno. Y a veces no compensa.
‘En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca’. Jacinto Benavente
Los ojos de tu amigo fueron un libro abierto, para quien sepa leer ;)