El barrio.

Dicen que puedes salir de tu barrio, pero que tu barrio nunca saldrá de ti. Sirve también con el pueblo. Son los orígenes. Aquello que vivimos en la infancia nos marca para toda la vida. Una especie de cable invisible que nos conecta con cosas que quizá hemos decidido no escoger como adultos, pero que siempre estarán en nuestro interior.  

El otro día en No Tiene Nombre recomendé el podcast “Dile que baje” de Quique Peinado, donde entrevista a personajes famosos partiendo de saber cuál era su barrio. Se entienden muchas cosas sabiendo de dónde viene cada uno. Alguien dijo que la patria no es el país, ni la ciudad. Que la patria es el barrio. Y estoy bastante de acuerdo. Dentro de una misma ciudad hay barrios absolutamente distintos. Por no hablar de lo diferentes que somos dentro de una misma comunidad autónoma o de un mismo país. La patria es el barrio.

El barrio es el lugar donde aprendes cómo es la vida. Y es curioso porque incluso la gente que viene de barrios peligrosos para vivir en la infancia, los recuerdan como una zona de confort, como un lugar seguro. Y es que el barrio es el escenario de las primeras veces. El barrio es donde ibas a comprar con tu madre, es donde estaba el video-club o la tienda de chuches. En los portales del barrio es donde vivimos el primer amor. El barrio son las calles por las que empezamos a salir, son nuestros primeros recuerdos. Unos recuerdos seguramente adulterados por el paso del tiempo, pero ahí están.

Aunque no lo parezca, nuestro barrio incluso nos hace tomar muchas de las decisiones que tomamos actualmente. Porque el barrio marca. Y somos lo que somos porque venimos de donde venimos. Aunque hayamos decidido cambiar de barrio, cuando vas al tuyo te encuentras con el sitio en el que aprendiste a vivir. 

Ayer pasé por mi barrio. Ya no se parece en nada a mi barrio. Y aún así, sigue siendo mi barrio.