Me he levantado muy temprano. Siempre lo hago. No son ni las seis de la mañana. No es que me levante a esta hora porque me guste, sino porque me despierto y no hay manera humana de volver a conciliar el sueño. Antes me indignaba un poco no poder dormir más horas seguidas, pero ahora me parece una especie de ritual que estoy comenzando a disfrutar.
Estas primeras horas del día, o últimas de la noche, según se mire, tienen una calma especial. La quietud nocturna todavía permanece en las estancias e incluso en los objetos. Es como si nada se hubiera despertado aún. En el salón reina un silencio que lo envuelve todo y que es difícil de encontrar durante el resto del día, aunque estés solo. Parece que la madrugada acoge y abraza a los insomnes que nos empeñamos en comenzar el día antes que nadie.
Normalmente me apetece leer o escribir, como estoy haciendo ahora con esta newsletter, que está siendo redactada a las 5:48. Pero lo mejor son los días en los que, sobre las siete, ya con el sol asomando, me tumbo otra vez en la cama, me pongo cómodo y dejo que el sueño me atrape por completo. Al despertarme, es como si fuera la primera vez que abro los ojos y aquellas otras horas no hubiesen existido. Y comienzo el día normal, como el resto de la gente, guardándole el secreto a la madrugada del tiempo extra que me ha regalado mientras todos dormían.
Esas horas donde algunos duermen y otros nos regalamos aquello que sin darnos cuenta nos equilibra, nos da paz y nos ordena. Y es en esos ratos donde nos damos cuenta que la vida en verdad, nunca duerme. ¡Feliz sábado! Gracias por tus letras y compartirte. 🙏🏼
Mi cabeza también se despierta a esas horas, aunque mi cuerpo quiera seguir durmiendo, necesito esos minutos de silencio para escucharme, leer, escribir, organizarme. He calculado que tras una hora puedo volver a dormir y así tener un nuevo despertar. Feliz vida!