Si hay algo que me obsesiona es pensar en las vidas que no viviremos. Todos esos universos paralelos en los que no habitaremos, con centenares de momentos que quedarán por vivir en una línea espacio-temporal perdida. Hijos que no tendremos, amigos que no disfrutaremos y besos que no daremos a personas que nunca conoceremos.
Precisamente, el otro día una chica me preguntaba sobre el mundo editorial porque quiere publicar un libro que una de sus mejores amigas dejó escrito en el ordenador antes de morir de (puto) cáncer con veintipocos años. ¡Cuántas cosas nos quedarán a medias cuando nos vayamos! ¿Qué hubiera pasado si…? Es una de esas preguntas que no nos llevan a nada pero lo cambian todo. ¿Qué cosas podrían ser diferentes en nuestro día a día? ¿Cuántas vidas nos perderemos?
Sirva esta carta para disculparme con todos los yo que no existirán jamás. Como el que (no) vive en Nueva York desde hace diez años, casado con una americana guapísima que conoció mientras comía tarta de queso en un pequeño local del SoHo. O el que (no) vuelve de la casa de la montaña los domingos por la tarde con dos niños dormidos en los asientos de atrás del coche. El que (no) es publicista y, gracias a su ingenio para emocionar en los treinta segundos que dura un spot, recorre el mundo entre rodajes y conferencias. Lo siento por todos yosotros.
Hemos cambiado todo eso por un tipo que a los cuarenta y uno ha descubierto que simplificar las cosas es ganarle tiempo a los años, que si hay gente interesante que te cuenta su vida, puedes cambiar la tuya y al que escribir le ha dado sentido a todo. Más de noviembre que de agosto, de espíritu feliz y alma nostálgica, que vive en su ciudad preferida y al que a veces le cuesta dormir. Un tío un poco intenso, más reservado de lo que parece que sin música no sobreviviría ni un solo día. Esto es lo que hay.
Enric, hoy me has hecho llorar. Será que estos días tengo el corazón blandito, por las yo que no seré, por las que no fui, y por los ellos que ya no están ni serán. Hace mucho, mucho tiempo que te leo y te escucho, y ninguna de esas veces que tus palabras me pellizcaron me atreví a agradecértelo. Hoy sí. La yo que tampoco vive en Nueva York, etc, etc, merece que la que yo que sí soy te dé las gracias con una lagrimita, pero con una sonrisa siempre. Esta yo, al menos, puede seguir leyéndote, emocionándose y salvándose con la música. Feliz Navidad, Enric.
Siempre he conectado mucho con lo que escribes, pero estos dos últimos newsletter me mueven especialmente, mi madre se está yendo por el (puto) cáncer y la música como siempre, es el bálsamo para tanto dolor, y sí! una se plantea todas esas cosas que no haremos, pero también, que los ya lo haré, son urgentes. No dejemos tantas cosas para luego. Feliz Vida y Gracias Enric por remover siempre .♥️