Mi amiga Judith es una enamorada de Japón, ha ido varias veces e incluso estuvo viviendo allí un año. A la vuelta de uno de sus viajes, me habló del Big One. El Big One es un terremoto sin precedentes que la población japonesa está esperando desde hace años y que, según dicen, podría llegar a ser superior a una magnitud nueve en la escala de Richter. De ser verdad, sería uno de los más letales de la historia. Para hacernos una idea de la gravedad, una escala 9 sería devastador en varios kilómetros y una escala 12 provocaría una fractura de la Tierra por el centro. Una escala 13 es equivalente a la energía liberada por el meteorito que acabó con los dinosaurios. Así de grave es.
No os cuento esto para amargaros el fin de semana, sino todo lo contrario. Cuando Judith me hablaba del gran terremoto pensaba que todos tenemos nuestro propio Big One. La sensación de que en el futuro pasará algo que cambiará nuestras vidas. No tiene por qué ser malo. Simplemente imaginamos un gran evento, todavía por definir, que le dará un giro de 180 grados a todo. Mientras tanto, la vida va avanzando con ese constante “algo pasará” de fondo en nuestra cabeza, y lo único que pasan son los días.
Instalarse en el futuro es una forma de vivir. Recuerdo que cuando era pequeño, en mi casa teníamos la broma de adelantarnos a la respuesta que mi padre le daba a cualquier cosa que había que hacer: “la semana que viene”. Lo que mi padre verbalizaba con esa expresión es algo que la mayoría hacemos constantemente. Le damos una patada a las decisiones y las mandamos al futuro, como si allí aparcadas nos hicieran ganar tiempo, cuando lo único que hacemos es perderlo. Como si la vida no siguiera pasando mientras nosotros decidimos no decidir.
Mi hija dice, se lo pasamos a mi yo del futuro.
Yo tuve un “big one” a finales del año pasado. Aun viendo como sortearlo, pero siempre se crece. Si no te mata de hace crecer 😅