El otro día me salió en Instagram un vídeo sobre un restaurante clandestino que han abierto en Valencia. Entras por una biblioteca y allí encuentras un libro mágico que te da un código para acceder a una máquina del tiempo que te lleva al Manhattan de los años 20. La decoración, las cartas, los camareros… todo te hace sentir como si estuvieras en el Nueva York de la ley seca. Un diez para la imaginación del departamento de marketing.
Al acabar de ver el vídeo pensé que sería divertido probar la experiencia y tuve el impulso de llamar para reservar, pero enseguida, ese adulto imbécil que me acompaña siempre, le dijo al Enric ilusionado que no, que vaya tontería. Que solo era una manera de llamar la atención para sacarle el dinero. Que probablemente sería caro, que si estaba de moda ni siquiera habría mesa y que solo un idiota iría allí. Todo eso en una milésima de segundo.
Y me dio rabia. Me dio rabia escucharme a mí mismo desilusionándome con mil argumentos absurdos sobre algo tan simple como probar una cosa que puede ser divertida. Cuando nos hacemos mayores tenemos dos opciones: o que todo nos ilusione o que no nos ilusione nada. Y creo que es una decisión. Ya sé que parece un mantra de psicología barata, pero cada día tenemos la oportunidad de decidir si las cosas nos van a ilusionar o si no le veremos la gracia a nada. Para lo bueno y para lo malo, es algo que solo depende de nosotros.
Así que, ¿sabéis quién tiene una mesa reservada para comer esta semana en el Manhattan de principios del siglo XX? Ya os contaré qué tal lo de meterse en una máquina del tiempo. Ya sé que es mentira, pero también lo son las películas y muchos de los libros que leemos. ¿Y qué? Lo importante no es que las cosas sean reales, a saber qué significa eso. Lo importante es que las cosas nos hagan ilusión. La ilusión es el motor de todo.
Ayer, hablando con una ex-alumna del curso de podcast que me entrevistó, dijo una frase que ella había leído hacía poco y que me apunté: “Los que tenemos alrededor de 40 años, estamos en el atardecer de la vida”. Sí, es verdad. Yo me siento en ese atardecer. Ese momento en el que la luz baja su intensidad y juega a las sombras y los contrastes con las montañas y los edificios. La hora mágica, la llaman los fotógrafos.
El sol decide irse, el mar se tiñe de color plata y todo parece inundarse de una extraña calma que baja las revoluciones dando paso al comienzo de otra etapa del día. En el atardecer todavía no es de noche, pero ya se intuye. Es un rato bonito en el que llevas el peso del día a cuestas, pero sabes que aún estás a tiempo de acabarlo bien. Un paseo tranquilo, una buena conversación, preparar una cena rica, echarte unas risas con amigos, hacer el amor, planear el siguiente viaje, leer un libro pendiente o escribir esta carta.
Las cosas que nos ilusionan convierten cualquier momento en tiempo de calidad. Y el tiempo es lo más importante y escaso que tenemos. Estamos en el atardecer de la vida. Hagamos que termine bien.
Sinceramente me encanta como reflejas en esas hermosas palabras sensaciones y emociones que tan solo con leerlas te hacen transportante a ese mundo que describes. Gracias por abrir tu corazón en cada una de estas cartas.
Q cierto! El atardecer de la ilusión❤️