El otro día leí este hilo de tuits de Javier Gómez Santander, guionista de La Casa de Papel, en el que se tenía que justificar por pensar a lo grande.
¡Dónde hemos llegado! Este es uno de los síntomas de la mediocridad de nuestro país. Ser mediocre significa ir a medias. No ir a por todas, no dejarte la piel en lo que haces, no ponerle pasión a las cosas (salgan o no), no vivir esto como una aventura, no preguntarse: ¿hasta dónde puedo llegar? ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué puedo cambiar en el mundo?
Por eso, ser mediocre nada tiene que ver con el talento, sino con la actitud. Creo que hay mucha gente mediocre con un talento brutal. Y al contrario. Gente sin mucho talento que no se conforma y acaba llegando a donde quiere. Que esto no suene a coaching barato, pero es que lo único que depende de nosotros es ponerle ganas. El único ingrediente que tenemos es ese. E incluso con ganas muchas veces no sale, pero sin ganas es imposible. Una vez leí a un entrenador de categorías inferiores de fútbol que decía: “La mayoría de niños que lo dan todo no llegan a ser profesionales, pero los que no lo dan todo no tienen ninguna posibilidad”. Es decir, ir a por todas no garantiza que todo te salga bien ni que llegues a tus metas. Pero no ir a por todas sí garantiza que no vas a llegar.
En cambio, sigue estando mal visto lo de la ambición. Está tan mal visto que hasta nos hemos inventado el concepto “ambición sana”. Que nos dice de forma implícita que la ambición de por sí no lo es. El otro día hablamos también de la envidia en el podcast de Charuca. Con la envidia pasa lo mismo que con la ambición. No existe la sana y la insana. Lo que existen son diferentes formas de gestionarla. Ver algo que tú quieres en el otro y que eso te mueva a querer ser mejor en esa área es muy sano. La envidia como motor. Lo que es insano es no atreverse a ir y criticar al que va. Porque el que va puede fallar, pero ya ha hecho más que el que solo critica. Y a veces, al que va, le sale La Casa de Papel.
¡Muchas gracias por leerme! Hasta la semana que viene.
Muchas veces he pensado tu comentario de hoy, porque la envidia y la ambición tienen que ser "insanas". Soy una persona ambiciosa y envidiosa también, porque es la manera que siento sin ningún reparo de mejorar, de dar lo mejor de mi, de aprender del otro y de llegar un poco más allá porque la ilusión me mueve a ello y a veces el sentir algún comentario (aunque ya no tanto) despectivo ante la ambición y le envidia me molestaban y me hacían repensar, ya te digo que ahora no tanto, pero tu me lo has hecho recordar. Gracias por refrescarnos la memoria