Una de las cosas más difíciles de la vida es saber diferenciar entre lo que admiras y lo que eres. Dicen que cuando admiramos a alguien es porque en realidad ya tenemos esas cosas que nos gustan de él o de ella. Tenía un amigo que siempre repetía: “no puedes admirar lo que no eres”. Es bonito pensar así. Lo que no sé es si es cierto. Recuerdo que una vez, una amiga me dijo: “no sé si me gusta esa chica o quiero ser ella”. Me resultó muy gracioso.
También hay que saber diferenciar entre admirar y envidiar, que no es lo mismo, pero está muy cerca. La primera reacción de la admiración es la copia. Te gusta lo que aquella persona despierta en ti y tú quieres despertar lo mismo en los demás. Si no te sale, entonces nace la envidia, que no es más que la admiración frustrada, gritando que es incapaz de replicar aquello. Si la copia sale bien, lo ideal es modificarla hasta encontrar una versión que lleve tu sello. Si no, se acaba notando.
Otra cosa impopular, pero cierta, es que todos copiamos. Todos hemos bebido de infinidad de fuentes que acaban conformando un estilo propio. Nadie vive aislado del arte de los demás. Decía Picasso que los buenos artistas copian y los grandes artistas roban. Supongo que era su forma de decir que es imposible no estar influenciado por nadie.
Volviendo a la admiración, a mí me hubiera gustado ser una persona metódica y ordenada. Tenerlo todo organizado por carpetas y saber siempre dónde está cada cosa, pero soy un caos absoluto. En cambio, admiro mucho a la gente que es así. Me da mucha paz el orden, pero soy incapaz de cumplirlo.
Pasa lo mismo con las cosas que nos gusta hacer solo en nuestra imaginación, como escribir con pluma en una Moleskine. La imagen es bellísima. Y si hay música jazz de fondo, mucho mejor. Pero luego cuesta encajar estas cosas en la vida real. Lo normal es impacientarse mucho haciendo cola en el súper mientras intentas actualizar el móvil y maldices que no haya cobertura. O no ser capaz de leer diez páginas seguidas de un libro sin levantarte cuarenta veces para ir a la cocina a abrir la nevera. Esa es la vida real. Y de vez en cuando, se cuela una tarde idílica en la que doy un paseo por Barcelona, observo a la gente, me compro una Moleskine y tinta para la pluma. Y ahí no hay duda. Ese soy yo.
Qué bonita reflexión. También me gusta pensar que a veces admiramos desde un lugar de expectación. Sin más pretensión. Sin querer ser o hacer nada con eso. Simplemente, sentarnos y disfrutar del espectáculo de ver a otra persona haciendo algo de forma brillante.
Sin duda alguna, admirar es una acción que ante todo nos hace parar y reflexionar sobre lo que somos, lo que queremos ser o quizas no.
Sea como sea, lo mejor es poder darnos cuenta en la realidad de que tenemos espacios para hacer lo que deseamos o lo que admiramos. Así que a seguir admirando, seamos o no lo que admiramos y podamos hacer aquello que nos dé la opción de comprar una Moleskine y tinta para escribir en ella. Gracias Enric por hacernos reflexionar. ¡Feliz sábado!