Hace tiempo que las ciudades han cambiado. No hay que ser muy observador para darse cuenta de que aquellas tiendas, que antes eran diferentes y únicas, han desaparecido para dejar espacio a grandes cadenas, frías e impersonales. Una de las cosas buenas de viajar era descubrir lo distinto que podía ser un barrio de París o de Londres del tuyo en Barcelona o Madrid. Hoy, en cambio, la mayoría de ciudades del mundo se han puesto el mismo disfraz.
Que las grandes cadenas han sustituido a las tiendas de siempre y que los barrios, sobre todo del centro de las ciudades, ya no volverán, es algo que con el tiempo hemos acabado aceptando. Pero últimamente estoy experimentando una sensación todavía más desagradable. Y es que, a esas cadenas que se instalaron en el barrio porque nos ofrecieron comodidades difíciles de rechazar, ahora ya no les importamos ni lo más mínimo. El motivo es que las grandes ciudades se han llenado de turismo a todas horas y todos los días del año. Y ojo, que turistas somos todos. Los que visitan nuestra ciudad, pero también nosotros cuando vamos a ciudades extranjeras.
Hay tanta gente en todos lados que la calidad de los servicios ha bajado en picado, porque si no vas tú, irá otro. Así de simple. Un poco como pasa en las relaciones personales, pero a lo grande. Ahora que todos tenemos acceso a todo, paradójicamente, se convierte todo en inaccesible. O está ocupado o es incómodo, también como en las relaciones personales. Y ya ni hablemos de que algo tenga un poco de magia. Eso ya es ciencia ficción.
A mí, antes, me gustaba ir a un Starbucks, pedirme un café de 6€, acomodarme en una de sus butacas y abrir el ordenador sintiéndome un escritor neoyorkino que compartía espacio con otros artistas bohemios junto a los que, solo con nuestras miradas de complicidad, ya sabíamos que pertenecíamos a una élite que estaba arreglando el mundo desde la única cafetería de la que me gusta el café, porque ponen más azúcar que café. No sé, sabías que era mentira, pero las mentiras bien contadas nunca han tenido nada que envidiar a las sobrevaloradas y aburridas verdades.
Ahora, ya ni Starbucks pierde el tiempo en engañarme. Ya nadie escribe allí. Ni hay chicas misteriosas con libros pretenciosos jugando a hacerse las intelectuales. Se acabaron los tiempos en los que el café humeante que salía de tu gran taza blanca te inspiraba a sentirte dentro de una comedia romántica de navidad, en la que a alguien se le caerían un montón de papeles al suelo en cualquier momento y, al agacharse a recogerlos, cruzaría su mirada con la tuya y nacería una bonita historia de amor con una chica holandesa que se iba a marchar al día siguiente, pero que cuando llegara al aeropuerto decidiría quedarse porque había conocido al amor de su vida: tú.
Ya no queda nada. Ahora Starbucks es un local de decoración austera, por no decir cutre, que no invita a quedarse, donde compartes espacio con familias de turistas que tienen muchos hijos y que han parado para reponer fuerzas y actualizar Instagram con el wifi. O con estudiantes que lo convierten en una biblioteca donde preparar exámenes y hacer trabajos en grupo (a gritos). La alternativa ahora son las cafeterías de especialidad. Todas iguales: minimalistas, con decoración nórdica y gente vestida de negro detrás de barra. Hoy he ido a una y no me he enamorado, pero al menos me han dibujado un corazón en el café, que para los tiempos que corren… me conformo.
Yo últimamente(será porque he cumplido 40 años este 2023)no paro de fantasear con cómo sería volver a los 90 de mi niñez pero con esta edad.Y si hubiera una máquina del tiempo…os aseguro que no lo dudaba.Será nostalgia?Será que me siento mayor?que siento que no encajo para nada en estos tiempos?Gracias Enric por darnos voz a todos los raritos que no nos acomodamos a esta nueva vida artificial.Estoy segura que unos cuantos de aquí no íbamos en es máquina del tiempo…hacia atrás❤️
Qué cierto, Enric, y qué pena da.
Yo siempre digo que quiero cosas con encanto (mi pareja se burla de mí por esto). Pero creo que la experiencia cambia totalmente. Y que los lugares dejan de tener encanto cuando acudimos en masa.
Creo que la alternativa serán esos locales de pequeños soñadores movidos por la nostalgia o por la ilusión de crear un sitio especial. Lugares con los días contados seguramente. Habrá que buscarlos.