He redecorado el salón de mi piso. Por enésima vez. Y cada vez que lo hago tengo claro que me estoy redecorando también a mí. El proceso siempre es el mismo. Llamo a mi mejor amiga, le digo que se venga unos días a Barcelona y, mientras ella me mira desde el sofá con su paciencia infinita, yo me planto en medio del comedor, coloco los brazos en jarra y le explico en qué consiste la nueva idea. Me gusta que su respuesta siempre sea: “probemos”. Porque no es ni un sí ni un no. Es más bien un: “nada es definitivo”.
Desde pequeño, en cualquier situación, siempre me he fijado en los detalles. No lo puedo evitar. Veo las gafas de mi amiga resbalándose por su pequeña nariz, mientras levanta el sofá a peso, y me muero de ternura. La ternura siempre está escondida en las pequeñas cosas. Me mira por encima de la montura, con sus ojos miopes, para saber si esa es la posición exacta en la que quiero el mueble. Pienso que esa la representación física del esfuerzo que hace un amigo por ti. Gastar tu energía en que otra persona esté feliz es el mayor acto de amor que existe. A veces moviendo muebles y otras solo sentándose a escuchar.
Se podría hacer una tesis entera acerca de cómo distribuimos y decoramos nuestros espacios porque dice mucho más de lo que parece sobre cómo estamos. Yo hasta ahora necesitaba tenerlo todo muy ordenado. Cada cosa en su sitio. Supongo que era mi forma de mantener a raya el caos interno. Ahora todo tiene un aspecto más desordenado, pero es más auténtico. También hay que estar preparado para mostrar tu desorden. Creo que en la rectitud es donde habita la vulnerabilidad. Nadie es demasiado meticuloso cuando está relajado.
El salón ha quedado genial. Me encanta la nueva distribución y el caos que se intuye, que es el mío. Vuelvo a ver el Tibidabo desde el sofá. Me encanta que este sea mi horizonte. A veces, solo hay que girar algo un poco para que cambie la perspectiva. Ahora faltan cosas y han quedado un par de esquinas vacías, pero he comprado un espejo inmenso que ocupará toda una pared. No sé, quizá también signifique algo. Y si de aquí un tiempo no me gusta, volveré a hacer cambios. Y sé que escucharé de nuevo la palabra con la que deberíamos decidir cualquier duda que surja en la vida: “probemos”.
Jopeta, me ha encantado...
Tu amiga vive en mi cabeza y me dice “probemos” varias veces al año.. Me dicen que tengo vocación de decoradora, yo sé que es mi forma de apaciguar mi necesidad de cambio. Y el gustazo que da salir de la habitación y volver a entrar para ver las nuevas dimensiones de la misma estancia. El mismo espacio lleno de nuevas posibilidades.
Definitivamente, “probemos” es una palabra mágica..
Gracias!