No sé muy bien si soy un espíritu joven con ganas de ser viejo o un espíritu viejo con ganas de ser joven. Hay días en los que quiero comerme el mundo y arrasar a mi paso. Viajar, descubrir lugares, conocer gente, indagar, equivocarme, jugar, comenzar guerras, perderlas, que haya revancha, dudar, sudar, caerme, abrazar, besar y dar la cara.
En cambio, otras veces, solo tengo ganas de paz. De estar sentado en un sitio bonito y que pase el tiempo. Preparar un café que huela bien, encender una vela, tocar el piano, leer un buen libro, escribir sin prisa, conversar. Que ya haya pasado todo. Descansar. Recordar las batallas en lugar de librarlas.
Me gustan las fotos de los años 70 porque percibo en las caras de la gente una tranquilidad de espíritu que hoy cuesta encontrar. O quizá simplemente me gustan las cosas de otra época porque huyo del presente y me refugio en el pasado. De eso hablaba el otro día con mi amiga Adriana Kaplan, una mujer que a sus 73 años es capaz, en lo que dura una comida, de animarte a hacer algo que llevas años posponiendo porque no conoce la palabra miedo.
Decía Adriana: “no es que no sepas qué quieres, es que quieres que te pasen cosas”. Y tiene toda la razón del mundo. La diferencia es el enfoque, si vivirlas en presente o recordarlas en pasado. Pero el factor común es que pasen cosas emocionantes. Creo que algunos nacemos con esta especie de maldición que se parece mucho al inconformismo y que te va empujando a descubrir nuevos horizontes constantemente. Y es que está muy bien lo de conseguir la paz interior, pero a veces, para sentirte vivo, también hay que perderla.
Leer tu newsletter los sábados por la mañana con una taza de café se ha convertido en mi momento de calma de la semana y ha hecho un click que tenía desactivado y puede que este sea el momento de dejar de soñar con algo y hacerlo a pesar del miedo. Gracias por compartir con todos nosotros tus reflexiones
Gracias Enric. Totalmente de acuerdo. Hay personas que se debaten entre el riesgo y la calma, entre emprender y relajarse. Me identifico con tu deseo en calma de "que haya pasado todo". A veces el truco está en no pensar. En ponerse en marcha. En ser una de las cosas que pasan. Quizás si adoptamos el movimiento como algo natural en nuestra vida perdamos un poco menos la calma.