Las ciudades tiñen de su color a las personas que vivimos en ellas. Es inevitable. A veces tengo la sensación de que se construyen solas. Somos nosotros los que levantamos los edificios, asfaltamos las calles y regentamos las tiendas, pero es cada ciudad la que impregna su actitud en cada cosa que pasa en ella. Y ahí nosotros no tenemos nada que ver. Simplemente sucede. Puedes adaptarte o no, pero la ciudad siempre acaba imponiendo su personalidad por encima de todo.
Yo nací en Barcelona. Y Barcelona no es cualquier ciudad porque parece un lugar sacado de un cuento fantástico. Con el mar a un extremo, acompañado de un puerto donde siempre hay algún barco pirata atracado, y el Tibidabo en el otro, un gran castillo en la montaña que puede verse desde casi cualquier esquina y que hay días en los que parece estar encantado por una bruja malvada que lo oculta tras una densa y fantasmagórica niebla.
Y en medio, edificios imaginados por genios como Gaudí: la Sagrada Familia, siempre inacabada, pero imponente, descomunal y misteriosa. La Casa Batlló, coronada por lo que parece la columna vertebral de un dragón, tan repleta de leyendas en su fachada como de secretos familiares en su interior. La Pedrera, con sus formas onduladas presidiendo el Paseo de Gracia, que ha sido, desde hace más de cien años, escenario de los encuentros dominicales de la burguesía catalana. O el Parc Güell, con un laberinto de columnas monumentales en su interior y una piel repleta de pequeñas piedras de colores incrustadas que dan forma a un mosaico infinito.
Barcelona es una señora de clase alta que escucha ópera en el Liceo o música clásica en el Palau de la Música, de estilo modernista y gustos refinados, que se torna irreverente a veces. Es palaciega, elegante y distinguida, pero también es atrevida y descarada. Quizá fue la locura de Dalí la que pintó sus calles de ese color inconfundible cuando el sol baña los balcones de las antiguas fachadas en el corazón de l’Eixample. Una ciudad con cicatrices de guerra que, a pesar del ruido propio de las grandes urbes, todavía mantiene algunos rincones donde susurra un silencio discreto que dejó el eco de los bombardeos.
Contradictoria, ordenada y cosmopolita. Inspiradora de libros como La sombra del viento y de canciones con su nombre, como la que interpretaron Freddy Mercury y la soprano Montserrat Caballé, que sirvió para inaugurar los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Con un carácter que marca a los que la respiramos cada día, es una ciudad en la que no puedes solo vivir. Porque de Barcelona no se es, a Barcelona se pertenece.
Meva ciutat, así la adopté yo, o ella me adoptó a mi durante un par de años. Nadie que no la haya experimentado, caminado y conocido podrá entender lo que escribes. Yo la amo y nadie me la podrá arrebatar.
Desde El Salvador hay una barcelonesa de corazón.
Wow, que bonito!!!. Barcelona es así. Yo soy uruguaya y vivi 15 años en Barcelona, mis hijos nacieron allí, uno no es de Barcelona, uno pertenece a Barcelona, así es... hermoso escrito, gracias!!